viernes, 19 de agosto de 2011

    ¿Cómo no van a salir débiles los niños de hoy si lo único que hacemos con ellos es sobreprotegerlos? Recuerdo cuando aquella familia iba a cruzar el paso de peatones: la mujer tenía a su hijo rodeado con el brazo y a su vez, el marido, padre del niño, tenía la mano alzada delante de ellos cual barrera de protección. Tranquilo, no se lo va a llevar un coche por delante. El niño es mayorcito – unos doce años-. Sé que no le dejáis ni bajar a la placeta a jugar con el balón por miedo a que lo rapten. Sé que estudia en un colegio muy cerca de aquí, pero nunca fue solo. Sé que le exponéis con frecuencia las cosas negativas de la vida y se os olvida enseñarle lo bello. Sé que todo en vuestra familia está atado con cabos, todo es cuadriculado, la aspiración a la vida perfecta sin haber conocido otra, la tradición, lo que habéis de enseñar a vuestro hijo para que sea una “persona de bien”.
      Vuestra forma de educar a un niño limita, extermina los horizontes. Además conozco a muchos como vosotros, y todos coincidís en una cosa: educáis a base de prejuicios, y eso, no es ética. Luego ese niño crece, y en la época de la adolescencia, momento de la autoafirmación y por lo tanto de llevar la contraria, vivirá una crisis de identidad que le marcará para siempre si empieza a conocer cosas que no tienen nada que ver con lo que le enseñaron, y entonces se van abriendo puertas, y uno no sabe por donde tirar porque jamás le enseñaron a reconciliar la mente con el corazón, y entonces ya de adulto no tiene control sobre su cuerpo, y sufre crisis de ansiedad, y quizás conozca el Yoga y comience a reparar esos defectos que le hacen envejecer más deprisa, pero a lo mejor no lo conoce nunca, y termina por encerrarse en sí mismo, se espachurra hasta terminar convirtiéndose en una pasa con pellejo de carne humana sin saber hacer otra cosa que quejarse, sufrir por vicio, apenarse por la muerte que le va pesando en los talones...
    Otra causa de la debilidad que viene dada por la sobreprotección sustenta el punto de foco en ese niño que cumple ya los treinta, nunca ha dado palo al agua, sigue en casa de papá y mamá, es lo que hoy en día se les llama en España ni-ni (ni estudia ni trabaja), pero que a los padres les da lo mismo, porque es el único hijo, el resto son todas mujeres en casa, así que todas pendiente del nene, aunque el nene tenga los huevos negros para salir del nido y buscarse la vida. Los problemas que acarrea este tipo de sobreprotección son infinitos, sobre todo a la hora de que el nene quiere hacer vida con una mujer, porque no puede, porque no sabe, porque no le han enseñado.
     Ojalá supieran Yoga los médicos. Algún día llegará el momento en que todos nos demos cuenta de que uno mismo es el que mayor poder tiene para curarse. Mientras tanto, ojalá se interesen por el Yoga los médicos...( pongo luz en el asunto) todo tendría una calidad mayor. Ojalá supieran de Yoga también los psicoanalistas, psiquiatras, psicólogos y pedagogos, las terapias serían más efectivas. Bueno, también podríamos remediar muchas cosas si pusiéramos a disposición de los niños de hoy una educación que les hiciera más fuerte en lugar de convertirlos en gusanos de seda. Gusanos a los que no se les ha enseñado a compartir, ni a perdonar, ni a ser sinceros, ni a luchar por la justicia ni a nada. Ni siquiera se les ha enseñado a amar.
    ¿Qué? yo si he amado, y la persona que me partió el alma en dos es la que me enseñó lo que significa la palabra amor. Mis padres nunca lo hicieron, me hablaron de ello, sí, pero cuando se anuncian sólo las cosas positivas de algo no se está describiendo ese algo. Me dijeron todo lo bueno que tenía el amor, pero nunca me contaron que el amor te hace daño y que también se acaba. Tampoco me enseñaron que se puede amar a más de una persona, nunca me explicaron que el amor es universal, que cuando amas de verdad te conviertes en una persona dadora y dejas de ser receptora. Tampoco me advirtieron que para aprender a amar es menester deshacerse del Ego, que es la técnica por excelencia a través de la cual consigues fundirte con los demás sin acechos ni recelos. No me lo contaron nunca porque ellos nunca lo aprendieron.

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